Souvenir

En las noches insomnes el dolor fantasma llegaba a ser insoportable, pero las pesadillas que acudían a él cuando cerraba los ojos eran mucho peores.

Aquel terrible cuchillo de carnicero, bajando una y otra vez. Cortando trocitos de sus amigos. Ese bastardo de la máscara de conejo se había tomado su tiempo. Metódico y silencioso en su macabra tarea, haciendo caso omiso a las súplicas y los gritos. La espantosa escena se le había grabado a fuego en el cerebro y sabía que le acompañaría hasta la tumba.

Comparado con el destino de sus amigos él había salido bien parado. Postrado en una cama de hospital hasta su rehabilitación y con tan sólo una mano menos.

«Y tu vida, no lo olvides, el premio más importante».

¡Y cómo había luchado por ese premio! Los médicos decían que había sido un milagro que hubiera llegado hasta la carretera sin desmayarse, después de haber perdido tanta sangre.

Menuda risa. Si lo que le había ocurrido era un milagro, no tenía prisa por ver otro.

Los párpados empezaron a pesarle hasta que, finalmente, quedó dormido. Las pesadillas lo dejaron tranquilo aquella noche, eso  era un verdadero milagro. Cuando despertó aún era oscuro pero dormir tres o cuatro horas seguidas era un lujo bien recibido.

Un peso ligero oprimía con suavidad su estómago, ¿qué era eso sobre las sábanas? Pestañeó con fuerza para aclarar su visión.

Una araña.

Una araña enorme. ¿Cuántas patas tiene una araña? ¿Ocho? ¿Por qué esta tiene cinco?

Gritó.  Despertó a otros pacientes. Continuó gritando. La enfermera de guardia acudió corriendo. Gritó hasta enronquecer.

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