En las noches insomnes el dolor fantasma llegaba a ser insoportable, pero las pesadillas que acudían a él cuando cerraba los ojos eran mucho peores.
Aquel terrible cuchillo de carnicero, bajando una y otra vez. Cortando trocitos de sus amigos. Ese bastardo de la máscara de conejo se había tomado su tiempo. Metódico y silencioso en su macabra tarea, haciendo caso omiso a las súplicas y los gritos. La espantosa escena se le había grabado a fuego en el cerebro y sabía que le acompañaría hasta la tumba.
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